Querida Lucrecia,

parece que se adelantó el día de Nuestra Señora de la Soledad, que según el muy venerable santoral católico no se celebra hasta el 11 de octubre, tomándole la delantera a la del Pilar por un solo día.

Para empezar, un comienzo de libro como hacía tiempo que no leía, el de Natalio Grueso, titulado, ¿lo intuyes?, La Soledad, what else?
Nadie sabe tanto de la soledad como yo. Nadie. Ni quien nunca supo lo que eran unos pies fríos a su lado en la cama en las largas noches de invierno, ni quien jamás conoció unos dedos cariñosos que le enjabonaran el pelo, ni el niño obeso con quien nadie quiere jugar en el recreo, ni la adolescente con gafas y acné que se ha leído ya todos los libros de la biblioteca del pueblo en el que veranea porque no tiene amigas. Nadie. Ni el abuelo al que limpian las babas en el asilo esperando que por Navidad alguno de sus tres hijos venga a visitarle. Nadie. Ni el náufrago desahuciado sobre una tabla en medio de un océano desconocido, ni el reo incomunicado en el corredor de la muerte esperando la descarga definitiva. Nadie.
Y a esta "soledad en compañía" en que se nos ha convertido la vida en común viene a ponerle música al final del día el atormentado, aterciopelado Chet Baker.


Todo esto pocos días después de que una tarde, mientras rendía mi privado homenaje al recién fallecido G. García Márquez con la relectura de Cien Años de Soledad, pasara M. y me espetara: «Te quedan cuarenta y ocho». Tardé unos segundos en entender. Ella lo había dicho en broma pero yo no pude más que pensar que quizá sólo acabara equivocándose en la cifra.


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